Capítulo 39 (de mi libro)

Un atardecer cualquiera
Volver es un viaje. Un viaje oscuro. Algunos volvieron con la frente marchita y las nieves del tiempo les habían plateado la sien. Otros vinimos a caer directo en la constante melancolía.

¿Volverá algo a ser desafiante, excitante y mágico otra vez?

El domingo regresé a mi casa. Salí en un momento de la tarde y volví de noche. No recuerdo si lo que voy a contar sucedió el domingo o el lunes, pero supongamos que el domingo; fui a la cocina y allí estaban: unas cuantas baratas dando vueltas por el lavaplatos. Con sus cuerpos cafesosos caminando por encima de los cubiertos recién lavados y el paño de cocina nuevo. No eran de las grandes, pero eran notorias.

Apagué todo, regresé a mi pieza y me senté a llorar con una sola pregunta en la mente: ¿a esto he regresado? ¿A mi cocina con baratas, mi lavamanos roto y mi muro filtrado con hongos?

Camino por el Parque Forestal luego de estar todo el día sentada programando redes sociales y escribiendo comunicados de prensa. En el camino se oscurece y la pregunta, que no se ha ido en toda la semana, me golpea en cada semáforo: ¿a esto he regresado?, ¿a esto he regresado?

Esta mañana me levanté muy temprano, aún no había amanecido del todo y cuando abrí la puerta para salir me las volví a encontrar: las baratas. Primero en la puerta y luego entre mi ropa sobre la cómoda. Las baratas.

¿Se preguntarán las baratas “a esto he venido”?, “¿a yacer entre un montón de ropa interior sucia y a escabullirme por entre las rendijas de una puerta más que desvencijada?”, “¿he venido a vivir las tuberías como toboganes de parque acuático cada vez que alguien abre una llave de agua con pavor ante mi presencia?”.

En la tarde las cosas mejoraron. Pude bañarme con agua caliente. Me sentí bien. Cuando me fui a lavar los dientes en la tina (porque mi lavamanos no funciona), todo se volvió denso de nuevo: había un gusano. Era pequeño, quizás una larva. Una larva negra. Y ahí encogida escupiendo pasta de dientes al fondo del desagüe, me vino de nuevo la pregunta siniestra: ¿a esto he regresado?

Me parece una pregunta peligrosa porque apela al sentido. El sentido de la vida, finalmente. Ése que no existe, pero que si existiera no sería regresar a convertirse en lo que se convirtió lo que sea que es lo que estoy haciendo.

Publiqué en Twitter el otro día: “No lloro por las baratas, sino porque no sé en qué minuto mi vida terminó convertida en esto”. No hay un punto, no se puede rastrear hacia un momento exacto. Simplemente sucedió, todo se encaminó para llegar a este 16 de marzo inapelable. Uso el Twitter para publicaciones de ese tipo. Un pequeño suspiro que necesito que salga de mí sin que nadie se entere.

Hace un año estaba con D. Para ser más precisa, hace un año D. ya se había ido. Nos habíamos visto por última vez, con la promesa en el aire, infantil, de reencontrarnos en Estados Unidos. No pasó.

Ahí había una historia. En esa época escribí mucho a mis amigos, largos textos detallando minucias y pidiendo consejos de amor.

Ahora ya no hay historias. Puedo convertir cada pequeño acontecimiento en algo digno de relatar y agregarle muchos signos de exclamación, pero es sólo literatura. Y no es buena literatura.

Mi alma se ha apagado por completo.

Cuando se murió mi gata me la traje en su caja desde la clínica. El maestro cavó una tumba de pequeñas dimensiones en el patio y cuando la tomé para dejarla sobre la tierra percibí sobre los brazos su cuerpo tieso, su partida inflexible.

Volver se siente igual. 

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