La última carta de amor

Cuando tu madurez te golpea de frente. Foto: Londres. 

Tengo esta vieja práctica de observarte desde lejos algunas veces. Son pocas, tal vez unas tres al año, quizás menos, depende del año. Hoy me pareciste más lejano que nunca, la imagen de mis manos asiendo tu cara me supo totalmente a otra vida. Supongo que los años hicieron al fin su trabajo.

Siempre autoreferente al máximo, viviendo en la imposibilidad de no girar alrededor de ti mismo; pero mira que no lo digo como una crítica. Nos seguimos pareciendo mucho. Y aún así la distancia desde la que te leo me surge, súbitamente, imposible de llenar con la existencia presente de nuestros cuerpos que son otros y de otros y que alguna vez fueron tan nuestros. Sobre todo el mío del tuyo. Sobre todo. 

Una pregunta se me atraviesa en el alma: ¿debería escribirte algo? Sería un mail, claramente, qué más va a ser. Sé exactamente cómo iniciarlo: No sé cuán apropiado sea que te escriba... No, en realidad no sé cómo iniciarlo, pero si decidiera hacerlo sería perfecto. Estoy segura. 

Voy trepidando por artículos y fragmentos de tu vida; todo luce bien. Todo luce como debería lucir, como un telar de proyectos concretados que en su momento fueron sueños, los sueños de nuestra era juntos. Al menos para ti, el escritor. El escritor con sus libros, el escritor con sus ídolos, el escritor implacablemente periodista. Es admirable y hermoso de ver. 

Para mí la vida ha sido más un constante perderme en laberintos que llevan hacia distintos resultados. La mayoría muy lejos de los que pensé en nuestra era. Nuestra era se remonta a cuando yo tenía 20 años y casi no recuerdo mi discurso sobre mí misma ni sobre el futuro. Nada. Si estoy donde quería estar, no tengo la menor idea. Tampoco importa.

Si alguna vez alguien encontró una carta de agradecimiento en una banca de Puerto Madero, es mía. Te la escribí y la “liberé” en el que consideré era el lugar más apropiado. Lo volvería a hacer mil veces. El problema es que nunca se produjo la liberación verdadera porque siempre me daba algo en el alma cuando te recordaba o cuando alguien, en algún descuido, decía algo sobre ti. Es momento de dar crédito a mis amigos que sólo se han atrevido a nombrarte con la mayor discreción que su curiosidad les permite y nunca han atravesado ningún umbral. 

Ya puedo ver los encabezados: 2016, el año de la liberación. Tan inocentemente investigando una vez más en tu historia he recibido como un golpe de agua fría dos revelaciones: la alegría que me da de verte como estás es real y sincera; y no me interesa volver sobre mis pasos nunca más. Se ha agotado mi curiosidad y siento al fin el alivio necesario para no mirar atrás. 

Pero no imagines un escenario sombrío y oscuro de un mundo en el que nunca hubo un nosotros (ojo, qué espectacular mundo fue ése, casi podría hacerme llorar). Si algún día, lo juro por dios, si algún día nos cruzamos me voy a acercar a saludarte. Si me vas a saludar de vuelta o no, no lo sé. Ése es tu problema. Tu problema. 

3 comentarios:

  1. Qué sentidamente escogidas las palabras. Linda. Aqui estamos.

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    1. Muy, todo bien pensado desde el corazón y la mente. Love you, amigo.

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  2. Yo también te saludaría.

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