Para mi mami

Eran los años 90, la década de los jeans de colores neón y los chupetes alrededor del cuello. Un par de veces regresé del colegio y me encontré con personas extrañas en casa. Recuerdo dos casos especialmente: la Eva y la Dalila. 

La Eva y la Dalila vivieron en la habitación mía y de mi hermana porque mi mamá no podía soportar la tragedia de una persona que no tuviera un techo. Se la pasaba llevando gente a la casona todo el tiempo. Muchos de ellos estuvieron varios meses con nosotras y con el tiempo desaparecieron en busca de mejores opciones. El eterno ciclo del ir y venir de la gente que mi mamá traía de la calle.

Una vez, hace no mucho, mi mamá me preguntó si no me daba miedo recibir gente extraña, a propósito de Workaway y Couchsurfing. Le conté este recuerdo del pasado y nos reímos... Me viene por su lado la fascinación de recibir a personas que no conozco, a pesar de que mi generosidad es muy limitada y termina cuando comienzan las amenazas a mis proyectos. 

Déjenme ser más clara con este ejemplo de febrero del 2016. En el contexto de arrendar la casona nos encontramos con una persona que era arrendataria de mi arrendataria. O sea, no era mi arrendataria y, por lo tanto, no era mi problema. 


Rosita, con un bebé de 15 días, tenía un drama importante: nadie le quería arrendar pieza en otro lado por las razones obvias: nadie le arrienda a las personas con bebés. 

Rosita nos contó su drama dos veces. La primera vez fue cuando fui a la casona a buscar mi kit de maquillaje. Implacable y aclarando que yo no había pedido la casa de vuelta, sino que mi arrendataria había solicitado irse; le informé lo evidente: ése no es mi problema. Yo necesitaba arrendar esa casa y todo el mundo tenía que irse porque no eran mis arrendatarios. 

Unos días después, Rosita logra que nos apersonemos en la casona nuevamente y esta vez la escena es peor porque figura llorando y mi mamá tiene esa cara que siempre tiene cuando está dispuesta a hacer lo que nadie está dispuesto a hacer. Rosita nos cuenta su drama nuevamente. Yo reitero: no es mi problema. Y mi mamá entra en la discusión: se la va a llevar al departamento. 

Un departamento que, convengamos, es tan pequeño que yo no puedo quedarme allí mientras estoy en Santiago. Y que, cabe recordar, ya recibió en el pasado visitas indeseadas que terminaron saliendo de una manera extremadamente poco favorable, confusiones familiares de por medio. 

En esta parte de la historia, como en todas las partes de todas las historias que son extremadamente similares relacionadas con el mundo arrendatarios-casona-parientes de mierda, muchos de los lectores (y prácticamente todos mis amigos) pensarán en el "corazón de abuelita" de mi mamá. Porque tantas veces lo hemos discutido. Su debilidad por las personas. Su incapacidad de velar por sus propios intereses y su inclinación a autoperjudicarse en aras de hacer un favor a personas que, muchas veces, son completos extraños. 

Rasgos que en nuestra sociedad son puras muestras de debilidad y falta de carácter. ¿O no? Claro que sí. 

Pero aquí es donde viene el giro: ¿es realmente una debilidad y una falta de carácter?, ¿o en realidad mi mamá es la única persona que conozco que practica el tan predicado amor incondicional a la humanidad? Hablamos y hablamos y hablamos de la necesidad de una sociedad solidaria en la que nos cuidemos mutuamente, en la que nos protejamos de los abusos, en la que abramos las puertas al otro, en la que no tengamos miedo de defenderlo ante los abusos, en la que nos unamos para pelear contra el sistema; pero lo cierto es que todo este discurso tiene una extensión súper limitada. 

Cuando alguien está siendo abusado quizás comentamos entre nosotros "oye, qué mal está eso", incluso tal vez nos atrevemos a murmurar algo un poco fuerte como para que se escuche, pero tampoco tanto "nadie le da el asiento a la señora"; los que somos más loquillos ponemos una cama en otra pieza y recibimos a extranjeros lindos y olorositos a los que les mostramos las partes lindas y olorositas de una ciudad que está a punto de ser impagable por la mayoría de sus habitantes. Y si somos súper comprometidos y jugados, lo más probable es que tengamos grandes proyectos tendientes a mejorar el sistema y a revolucionar el modo en que se hacen las cosas.

Y ésa es nuestra solidaridad y nuestro compromiso con un mundo mejor. Y todo eso es bueno. ¿Pero cuántos se van a llevar a su casa a una señora peruana con un bebé recién nacido que no tiene donde vivir porque la hija de la dueña de la casa necesita arrendar y usar ese dinero para seguir viajando? Casi nadie. Y a quien lo haga lo tildaremos de que tiene el corazón muy blando. Especialmente si conocemos a esa hija y nos identificamos con su necesidad y con una situación que es real: Rosita no es su problema.

Ahí radica todo el meollo del asunto. Ahora, lo que quiero enfatizar es también un punto de vista crucial. Pregunta: ¿es este extremo de llevarte a alguien a tu casa la medida única del corazón solidario y el amor por el mundo? Claramente no. Lo que quiero decir con toda esta historia sin sentido es que enfrentados a una situación límite, la mayoría (yo) escoge el camino más simple que es lavarse las manos. 

Mi mamá no. Mi mamá escoge el amor todas las veces. Pero no lo predica. Nunca lo ha predicado. Mi mamá nunca me ha dicho "Luisa, tienes que cuidar y preocuparte por todas las personas del universo, no sólo por las que te importan a ti. Tienes que ser generosa con aquéllos que lo necesitan. Esta casa es para todos, no sólo para ti y tus hermanos". 

Mi mamá lo que ha hecho es mostrarlo. Lo hace. Se comporta de esa manera. Tan espontánea y naturalmente que la enseñanza no parece una enseñanza. Y nosotros aprendemos algunas cosas, como abrir las puertas a extraños en ciertos contextos. Algo que ya sé que nunca sucederá masivamente en mi círculo. Resignarme debo. 

Mi mamá es la fortaleza de no darse por vencida en un mundo cuyo objetivo, a veces, parece ser la obligación de levantar armaduras en torno a todo lo que implique darse y mostrarse. "Debo cerrarme, debo ser más fuerte, debo ser más dura, debo ser implacable". Sin embargo, la batalla es lo opuesto. Porque cerrarse es el camino más fácil en el ser humano. Lo difícil es seguir creyendo en la gente a pesar de todas las circunstancias negras que siempre se presentan. Y que vaya que se han presentado. Especialmente en ese templo de la vida y la muerte que es Casona Huérfanos.

La victoria no es aprender a decirle que no a la gente nueva basados en los comportamientos de la gente anterior. La victoria es nunca dejar de decir que sí. Es una política de puertas abiertas incondicional. Es dar segundas oportunidades a los que nos importan. Es saber perdonar de corazón. 

Y me encantaría decir que ese modo de ser se ha manifestado en mí, especialmente ahora que he podido decodificarlo (proceso que me tomó 32 años). Pero no es así. Mi corazón sigue siendo un espacio rodeado de efectivos del GOPE y alambre de púas. Con un detector de potenciales ladrones, estafadores y abusadores que se jacta de ser muy bueno y cuyo objetivo es evitar pasar por las situaciones en las que históricamente hemos vivido producto de esos pocos que, ante tanta generosidad y apertura, se han subido por el chorro. Porque son pocos. Siempre son pocos. Pero el daño es extenso. 

Todo esto tan largo y tan aburrido, sólo para rendir un homenaje a la persona más fuerte y más corajuda; la que nunca está con la guardia de frente, la que no tiene armaduras y hace circular el amor incondicionalmente sin mirar a quién. La que verdaderamente hace que este mundo de mierda sea un mundo mejor y más colorido; la que nunca predica, sino que te lo muestra con acciones... Mi mamá. Un ser humano extraordinario que nunca deja de enseñarme, aunque yo nunca aprenda. 

En este día de mi cumpleaños, salud por ella y por un mundo en el que nunca falten las personas que encarnan el amor incondicional.


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PS: Y para los que se quedaron preocupados por Rosita, ese segundo día de encuentro nos dijo que tenía un primo que quería arrendar la casa. Y bueno, el primo no era ni cagando la mejor opción de arriendo. En absoluto. Es más, perdí plata porque mantuve el mismo precio y ya me estoy arrepintiendo de haberle arrendado. Pero bueno, ¿realmente me creen capaz de dejar a una mamá en la calle? Soy más como mi madre de lo que estoy dispuesta a reconocer ;) Soy la Verito chica. 

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